martes, septiembre 06, 2005

Cordobeses frente al Holocausto (II)

Un olivo en Yad Vashem
Dos cordobeses en el Jardín de los Justos
La historia del matrimonio cordobés que ayudó a tres mujeres judías a esconderse en el Berlín de Hitler

El pasado 27 de enero, sesenta años después, España recordó oficialmente a las víctimas del Holocausto. Ese día, el Ayuntamiento de Córdoba homenajeó a los tres únicos españoles a quienes Yad Vashem –la institución israelí que guarda la memoria del Holocausto– ha otorgado el título de Justos entre las Naciones. Entre ellos se encuentran los cordobeses José Ruiz Santaella, agregado agrícola de la embajada española en Berlín, y su esposa, Carmen Schrader. Ambos arriesgaron su vida para ayudar a tres mujeres judías en los terribles días de la II Guerra Mundial. Ésta es su historia.


ALEMANIA, 1944. Desde Diesdersdor, los bombardeos nocturnos sobre Berlín constituían un siniestro espectáculo. Sobre la colina donde se situaba la casa de los Santaella podía divisarse, un resplandor tras otro, la lluvia de fuego descargada por los aliados. A veces, vencida por la impaciencia, Carmen salía a la calle en medio de la noche y esperaba el regreso de su marido. Allí, en medio de las sombras, junto a sus cuatro hijos y en compañía de Ruth, la niñera judía a la que escondían de los nazis, Carmen se preguntaba si el búnker de la embajada habría resistido el feroz bombardeo.

José era el agregado agrícola de la embajada española en Berlín, y desde que se recrudecieron los bombardeos se veía obligado a regresar a casa en la más completa oscuridad. Los aliados eran los dueños del aire. Por eso, los faros del coche habían sido pintados de negro y sólo dejaban escapar una pequeña línea de luz. Mientras se acercaba a casa, José pensaba en los preparativos del viaje. En unos días, tendrían que dejar Alemania. Cómo había cambiado todo.

José Ruiz Santaella y Carmen Schrader se conocieron mucho antes de la guerra. Ambos coincidieron en 1934 en la Universidad de Halle, una populosa ciudad industrial en Sajonia, de donde era originaria Carmen. Cuando se enamoraron, José tenía 30 años y ella 21. De familia protestante, la joven acogió la fe católica de su futuro marido y cambió su nombre alemán, Waltraud, por el de Carmen. Nada de eso supuso problema alguno. Pero todo no iba a ser tan fácil. La política racial que Hitler estaba imponiendo en Alemania exigía a las parejas que querían casarse demostrar documentalmente que no tenían ascendencia judía. La arisierung (arianización) era uno de los objetivos de los nazis para reducir la influencia judía en Alemania, y comenzó desde el principio.

Las primeras leyes antijudías fueron aprobadas poco después de que Hitler llegase al poder en 1933. Los nazis fueron marginando a los judíos con una legislación que los diferenciaba claramente de los arios. Por ejemplo, los funcionarios de ascendencia no aria fueron retirados, se introdujeron cuotas para los alumnos no arios en escuelas y universidades, o se prohibió a los médicos judíos entrar en hospitales y centros sanitarios del sistema público de sanidad. Entre 1933 y 1939 se aprobaron en Alemania más de 1.400 leyes contra los judíos. Así que, para poder casarse, José tuvo que pedir un certificado en España. El párroco de la iglesia de Baena donde José fue bautizado envió –no sin antes expresar su extrañeza ante el asunto– un certificado en el que se aseguraba que no había sangre judía en la familia Ruiz Santaella.

Carmen y José regresaron a España en 1936, poco después de iniciada la Guerra Civil. Pasaron la guerra en Valladolid. Unos años después, regresarían a Alemania, ya en plena II Guerra Mundial.

En 1942, Hitler es el amo y señor de Europa. Con el mundo en guerra, Carmen y José tienen la oportunidad de regresar a Alemania. El Ministerio de Asuntos Exteriores español necesita cubrir una plaza de agregado agrícola en la embajada española en Berlín. Carmen, preocupada por su familia en Alemania, pide a su marido que opte al puesto.

Los Santaella, que ahora tenían tres niñas, cruzaron en tren media Europa con Carmen embarazada de su cuarto hijo. “Nunca olvidaré el momento en que llegamos a la estación, en Berlín, y vi un gran cartelón que avisaba de que estaba prohibida la entrada a los judíos. El mismo cartel lo volví a ver en el hotel, y en muchos otros lugares”, recuerda Carmen. Los judíos alemanes no sólo tenían prohibido entrar en la mayoría de locales públicos, además estaban obligados a llevar la estrella de David cosida en un lugar bien visible.


LA CASA DE DIEDESDORF. Las autoridades alojaron a la familia en Diedesdorf, una localidad a unos 70 kilómetros al este de la capital alemana. Diedesdorf no estaba bajo la amenaza de los bombardeos. Allí, los Santaella fueron acomodados en una gran casa señorial. Carmen la recuerda como un “gran pabellón anejo a un gran castillo”.

“Claro que hablábamos de la situación en Alemania, y del trato que se daba a los judíos –recuerda–. Muchos alemanes no estaban de acuerdo con Hitler, pero había mucho miedo”. En 1942, la terrible maquinaria del exterminio ya llevaba tiempo en marcha. Auschwitz recibía desde 1940 miles de deportados de toda Europa; los judíos de ciudades polacas como Varsovia habían sido hacinados en guetos, y las matanzas de la SS se sucedían en pueblos y ciudades del Este conforme avanzaba la campaña en Rusia. Pero de todo esto, a Berlín sólo llegaban rumores que la mayoría de los alemanes no estaban dispuestos a creer. En esas circunstancias, José Ruiz Santaella y Carmen Schrader se enfrentarían a un dilema que marcó sus vidas para siempre. De ellos dependería el destino de varias familias judías, como los Arndt.


AYUDANDOA LOS ARNDT. La familia de Ruth era muy conocida en el barrio de Berlín donde su padre, el doctor Arthur Arndt, ejercía como médico. El doctor Arndt se consideraba un buen alemán, había luchado por su país en la I Guerra Mundial y había sido condecorado por ello. Como profesional era respetado, pero como cualquier otro judío en la Alemania nazi, su vida y la de su familia estaban en peligro.

En 1942, vivían en Berlín unos 33.000 judíos. La mayoría trabajaban en fábricas de material de guerra para los nazis. Erich Arndt, el hijo de 19 años del doctor Ardnt, era uno de ellos. Erich había oído los rumores sobre lo que los nazis habían comenzado a hacer con los judíos. Impulsado por su juventud, fue él quien convenció a su familia para dejar atrás todo rastro de su vida anterior y esconderse a la espera de tiempos mejores.

Desde 1941 los judíos tenían prohibido salir de Alemania, por lo que la única opción era ocultarse. Los Arndt encontraron entre sus antiguos amigos, los pacientes del doctor y algunos vecinos, la ayuda necesaria para sobrevivir ocultos en Berlín durante dos largos años. En ese tiempo, pudieron comprobar que no todos los alemanes eran fervientes seguidores del Fürher y que, a pesar del miedo y la amenaza de una muerte segura para quien ayudase a los judíos, había personas que, independientemente de su situación e ideología, estaban dispuestas a arriesgar la vida por sus semejantes.

Así fue cómo Ruth conoció a la familia Ruiz Santaella. Gertrud Neuman era una costurera judía que trabajaba en la casa de Diedersdorf donde vivían los Santaella, escondida por la familia. Cuando supo que Carmen estaba buscando una niñera, pensó en Ruth. Gertrud había sido paciente del doctor Arndt y sabía que él y su familia se escondían en Berlín. Así que contactó con Ruth y le concertó un encuentro con José Ruiz Santaella en el hall del Adlon, un prestigioso hotel berlinés. Ruth sabía que era peligroso, pues el Adlon era frecuentado por oficiales de la SS. Así que eligió cuidadosamente su vestuario y arrancó de su abrigo la estrella amarilla.

Recuerda a José Ruiz Santaella como un señor distinguido, alto y con el pelo negro, a quien reconoció de inmediato. La conversación duró sólo unos minutos. José la contrató y una semana después Ruth se instaló en la casa de los Santaella para cuidar de los pequeños. Para ocultarse del resto del personal cambió su identidad, siempre con la complicidad de los Santaella. “Había que tener mucho cuidado. Entre el servicio había un par de heil Hitler”, recuerda Carmen para referirse a dos sirvientas simpatizantes de los nazis. Al poco tiempo, la familia contrató a una cocinera; era la madre de Ruth, que seguía escondida en Berlín. Así, José y Carmen ocultaban a tres mujeres judías, con identidades falsas, que estaban muertas de miedo. “Cada vez que un uniforme se acercaba a casa se escondían en el primer lugar que encontraban. Alguna vez se asustaron hasta de ver al cartero, porque iba de uniforme”. Carmen también recuerda cómo en su intento de pasar desapercibidas, Ruth y su madre debían simular que no se conocían, para que nadie sospechase de su parentesco.

Los meses que Ruth estuvo con los Santaella fueron los mejores de los dos largos años que pasó escondida en Berlín. Pero conforme avanzaba la guerra, la vida en Berlín era cada vez más peligrosa. Los Santaella dejaron Alemania a finales de 1944, cuando la suerte del III Reich ya estaba echada. “El embajador dijo a mi marido que debíamos irnos, pues era el único miembro de la embajada con mujer e hijos, toda la familia corría un grave riesgo en Berlín”. Cuando Carmen conoció la noticia, intentó convencer a su esposo para que Ruth les acompañase, aunque tuvieran que esconderla en el maletero del coche. Al final, todos decidieron que sería demasiado peligroso. Si descubrían a Ruth no sólo acusarían a los Santaella sino que podrían encontrar al resto de la familia Arndt y a los judíos que se escondían con ellos en Berlín. Los Santaella se trasladaron a Suiza, y perdieron todo contacto con la joven Ruth, con su madre y con la señora Neuman. Cuando en abril de 1945 los soldados del Ejército Rojo que conquistaron Berlín descubrieron a Ruth y su familia, siete personas en total, se trataba del mayor grupo de judíos alemanes que había logrado sobrevivir oculto en el corazón del Tercer Reich.


EL JARDÍN DE LOS JUSTOS DE YAD VASHEM. En el Jardín de los Justos del memorial Yad Vashem de Jerusalén, un olivo recuerda a los cordobeses José Ruiz Santaella y a Carmen Schrader. Años después de la guerra, el testimonio de Ruth sirvió para incluir sus nombres junto al de otros 20.757 gentiles que ayudaron a judíos durante el Holocausto. El más conocido es Oscar Schindler, sobre todo tras la película de Spielberg. Además de los Santaella, Ángel Sanz Briz, encargado de negocios en el consulado español de Bucarest, es el tercer español distinguido por Yad Vashem. De los tres, sólo Carmen, de 92 años, vive en la actualidad.

Reportaje publicado en el suplemento Zoco, de Diario Córdoba, el domingo 15 de mayo del 2005

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Excelente artículo. Te felicito.

12:12 p. m.  

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