viernes, septiembre 23, 2005

Meritorios, becarios y colaboradores

En la novela autobiográfica de Arturo Barea, La forja de un rebelde (I), se puede leer este fragmento acerca de la situación de los llamados meritorios, en un banco de los años 20 en España. No sé si esto sigue ocurriendo en otros sectores, pero algo muy parecido ocurre en algunos medios de comunicación, en pleno siglo XXI:

"-Tú eres nuevo, ¿verdad? ¿Cómo te llamas? Bueno, bueno --agrega sin esperar a que le conteste--, ve aprendiendo. Aquí tienes tu porvenir. Fíjate: un año sin sueldo, sesenta chicos como tú, tres plazas al año y a los doce años de estar en la casa, noventa pesetas al mes como gano yo.
Otras veces hace cálculos fantásticos:
-Hay en Madrid veinte bancos; a cincuenta meritorios cada uno son un millar. En España habrá un promedio de doscientos bancos con veinte meritorios cada uno, son cuatro mil chicos; hay millares de casas de comercio que tienen meritorios sin sueldo; así que hay millares de chicos que trabajan, no ganan nada y además quitan de trabajar a los hombres.
-Pero, Pla-le digo yo-, es el aprendizaje.
-¿Es aprendizaje? Es la explotación sistemática del chico. Está muy bien estudiada. Cuando lleves aquí siete u ocho meses, un día te pondrán en la calle; si entonces vas a otro banco y cuentas que has estado aquí ocho meses y te han despedido, no te admiten. Si te callas, tienes que estar otro año de meritorio, para correr el riesgo de que te despidan a los ocho meses. Y te encuentras en la misma situación....."

Bueno, es frustrante ver que algunas cosas no han cambiado nada en cien años, pero lo peor es que el relato de Barea se desarrolla en una España subdesarrollada en todos los sentidos, y en una época en que los trabajadores aún no tenían reconocidos la mayoría de sus derechos. Hoy se supone que hemos avanzado en ese sentido, ¿o no?

sábado, septiembre 17, 2005

Sobre mendigos y periodismo

No es la primera vez que escribo en el periódico sobre mendigos. Es lo único que se me ocurre hacer cuando paseando por Córdoba me encuentro con estas situaciones. No es que intente arreglar el mundo con este tipo de reportajes. No, no me creo un caballero sin espada, un periodista ONG ni nada parecido. En realidad, no creo que sirva de nada. Salvo, como me dijeron ayer varios compañeros cuando les comenté que iba a hablar de los mendigos de la estación Victoria, para que "en cuanto salgan en el periódico los echen de allí". Entonces, que hacemos, ¿miramos para otro lado?

Últimamente me ha dado por la fotografía, me interesa el fotoperiodismo y la fotografía social y documental en general. Hace unos meses, compré un libro de bolsillo de la editorial Phaidon, con más de 500 imágenes comentadas.

Entre las fotos, hay una titulada Madre temporera, Nipomo, California realizada en 1936 de Dorothea Lange, una fotógrafa norteamericana que documentaba para la Farm Security Administration la vida rural de los Estados Unidos. En el pie de foto se puede leer: "En este ejemplo, como en otras obras, Lange se muestra realista, firme en la idea de que entendemos a otras personas y simpatizamos con ellas más por el contacto físico que a través del análisis"
El cometario me hizo reflexionar sobre algunas de mis propias motivaciones como periodista, a la vez que hizo que me interesase aún más por la fotografía, no como medio de expresión artística, sino como herramienta de comunicación.

Creo que cuando me he acercado a un mendigo con la excusa de que soy periodista y que me gustaría hablar de él o de ella en el periódico, en realidad sólo intentaba confirmar que se trata de gente como yo, que somos iguales, que yo olería igual si llevase meses sin lavarme, que yo, si se diesen las circunstancias, podría acabar así. No sé si me explico. Acercarme a ellos es una manera de intentar superar mis prejuicios.

Ayer, cuando pasé junto a los mendigos de la estación Victoria en la Avenida de América, llevaba la pequeña cámara digital que últimamente llevo conmigo a todas partes, "por si surge la noticia". Cuando me da por algo soy así, que le vamos a hacer. Así que, tras hablar con Antonia, le pregunté si podía hacerle unas fotos, y accedió. Eso mismo fue lo que intenté en el reportaje escrito, trasladar lo que vi, sin analizar, sin juicios de valor. Por supuesto que no lo conseguí, ni en las fotos ni en el texto, pero creo que esto, depués de más de diez años dedicándome al periodismo, podría ser el principio de algo.

Aquí están las fotos y el texto, el recorte de prensa, y otros dos reportajes más sobre mendigos que he publicado en los últimos años.



Vidas sin techo

Una pareja de mendigos duerme desde hace una semana en los soportales de la estación Victoria, en plena avenida de América

Ella se llama Antonia Muñoz. El prefiere no hablar con el periodista y se aleja maldiciendo entre dientes mientras Antonia se presta a posar para una foto.
La mujer no sonríe, pero su actitud es amable. Parece contenta porque alguien se haya acercado a charlar. Pero no sonríe.
Cuenta que lleva años viviendo en la calle. Desde que quedó viuda. "Aquí llevamos seis días y no nos han dicho nada. Ya nos conocen de otras veces y saben que no hacemos nada. Sólo que dormimos en la calle". Se refiere a la Policía Local, que aún no les ha molestado.
Antonia y su compañero, a quien no le une ningún parentesco, comparten una vida sin techo. Sobreviven mendigando. Cuando los echan de un sitio, van a otro. Y si se cansan, o los cansan, se van a Badajoz. "Vivimos entre Córdoba y Badajoz".
Ahora están instalados en la puerta de la estación Victoria en la avenida de América. En ese pequeño edificio restaurado que recuerda a una pequeña estación alpina, con sus forjados de hierro y el techo a dos aguas. Ayer, Antonia limpiaba el suelo como si fuese el de su casa.
Los mendigos han distribuido en el porche sus bultos, sus mantas y cartones, y sus perros.
Los animales están dentro de unas pequeñas jaulas para mascotas. También hay un gato. Antonia los tiene tapados con una manta, pero no parece que sea para protegerlos del frío, pues aunque ayer amaneció con algunas nubes en el cielo e incluso hasta lloviznó a primera hora, frío, lo que se dice frío, no hacía. "Como no me dejan llevármelos conmigo, no me voy a ningún sitio".
Según Antonia, nadie se ha acercado a ellos en los últimos días para ofrecerles alojamiento u otra ayuda. Ni asistentes sociales, ni alguna ONG, y mucho menos algún particular.
Tampoco parece importarle. No hay lamentos en la conversación. A veces, da la sensación de que la mujer no es consciente de la precariedad en que vive. Sólo se queja de que los cordobeses son poco generosos.
--¿Cuántos años tiene, Antonia?
--¿Son más ochenta o sesenta?
--Ochenta.
--Pues tengo sesenta y nueve.
El DNI de Antonia dice que nació en Santa Marta, provincia de Badajoz, en 1927. Tiene setenta y ocho años y vive en la calle.

Reportaje publicado en Diario Córdoba el sábado, 17 de septiembre del 2005
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La condesita de Ronda de los Tejares

¿Quién es esa indigente con maneras de gran señora que pasa el tiempo leyendo, que lava la ropa en las fuentes y tiende en la marquesina del autobús? ¿Qué historia esconde esa mujer instalada durante años en el centro de Córdoba? ¿Por qué sigue ahí?
Lava la ropa y se asea en una fuente cercana, tiende en una marquesina del autobús urbano y duerme en la puerta de una sucursal del BBVA en el Paseo de la Victoria. Se mudó allí tras pasar varios meses en uno de los escalones del Banco de Andalucía, en Ronda de los Tejares, frente a El Corte Inglés. “Era un espectáculo lamentable”, recuerda el interventor del Banco de Andalucía, Rafael de la Cueva. “En varias ocasiones llamamos a la policía, pero no había manera de moverla”, añade. “Estuvo aquí seis o siete meses, hasta que colocamos una pequeña reja en el escalón donde dormía. Entonces s e marchó”. De la Cueva relata: “Cuando vivía aquí, esta mujer hacía su vida como si no existiese nadie a su alrededor. Un día tuvo que venir la policía porque estaba aseándose en la fuente del bulevar medio desnuda. Yo creo que ella está convencida de que vive en una casa, aislada por cuatro paredes, aunque duerma en plena calle”.
En Córdoba corren varios rumores sobre la identidad de esta mujer, a la que todos han visto alguna vez pero a la que nadie conoce en realidad. Por ejemplo, en el banco a cuyas puertas se instaló durante varios meses, tuvieron que desmentir que se tratase de alguien que había emprendido una protesta contra la entidad financiera. El rumor más extendido habla de una mujer perteneciente a una familia adinerada, cuando no de corte aristocrático, caída en desgracia por azares de la vida que nadie acierta a explicar. Hay quien la ha bautizado como la Condesita, debido a la delicadeza con que trata ese trozo de acera que tiene por casa –donde la cama siempre está hecha–, al cuidado con que se viste, se peina o se arregla las uñas y el cabello. Y sobre todo, a ese aire de persona cultivada que adquiere cuando lee, pues buena parte de su tiempo lo dedica a leer. Y así se le puede ver, durante horas, sumergida entre las páginas de algún libro. Así, la Condesita se ha convertido en la sin techo más popular de Córdoba, en todo un personaje integrado en el paisaje urbano del centro de la ciudad. Pero María José Hidalgo Caballero no es condesa ni nada que se le parezca. Nació en Mancha Real, un industrioso pueblo de la provincia de Jaén, un 17 de junio de hace 41 años. Y su cuna no fue precisamente la de una familia adinerada. Más bien al contrario. “Me fui de Mancha Real porque me peleé con mi madre”, explica mientras se lima las uñas sentada sobre su saco de dormir. María José no entra en detalles pero tampoco evita hablar de su vida. “Cuando me fui de casa me puse a trabajar en Jaén, en locales como el Scala, con otras señoritas”. Lo cuenta como si aquello hubiese sido un gran trabajo, y desde luego no se avergüenza. “Si tienes que ganarte la vida y sólo tienes tu cuerpo para trabajar...” Cuando habla, vocaliza con cuidado sus palabras, exagerando las eses finales, como lo hacemos los andaluces cuando queremos parecer finos. Nada de lo que cuenta María José revela un pasado de gran señora. Detrás de la Condesita no hay una gran historia. Adiós al sueño del reportero que esperaba encontrar a una rica heredera o a una excéntrica multimillonaria caída en desgracia y malviviendo en la calle. El periodista debe conformarse con algo tan simple como cotidiano. La historia de María José Hidalgo es la de una mujer explotada en clubes de alterne por hombres sin escrúpulos. De una joven deslumbrada por una vida de excesos que la sumieron en la desgracia. Una historia en la que entrar en los detalles sería puromorbo. María José enciende un pitillo, fuma rubio y fuma mucho. “Tengo dos niños, no vienen a verme porque son muy pequeños y están en el colegio”. Es cierto, tiene varios hijos, más de dos. “Conforme nacían eran institucionalizados”, explica Diego Poyatos, el director de los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Mancha Real, en Jaén, que conoce a la madre de María José y a buena parte de su familia. Poyatos ha explicado a Manuela –la madre– que María José está ahora en Córdoba, que vive en la calle, que se lo ha dicho un periodista. Pero Manuela sigue sin querer saber nada de su hija...
La concejala Antonia Parrado, responsable de los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Córdoba, es una de esas personas que aún cree que María José procede de una buena familia de Córdoba que no quiere darle publicidad al asunto. Si los Servicios Sociales hubiesen hablado con María José, conocerían la verdad. Sin embargo, la concejala insiste: “Su familia le envía ayuda a través de Cáritas. Nosotros, desde luego, le hemos ofrecido un piso o una residencia, pero no quiere irse”, explica Parrado. En Cáritas nadie quiere hablar del tema. “Nuestro trabajo con estas personas es confidencial”, asegura una asistente social. En realidad, la única persona que se ha acercado a hablar con María José en los últimos años ha sido Lola Millán, la presidenta de Iemakaie, una ONG cordobesa dedicada a los sin techo. “María José es un caso muy especial. No tiene problemas con la droga o el alcohol, como ocurre con muchos sin techo con los que trabajamos, pero su cabeza no parece funcionar del todo bien”, explica. “María José no está para quedarse sola en un piso. Lo suyo sería una residencia, pero no quiere. Si además no tiene familia que la quiera acoger, no se puede hacer nada por evitar que siga en la calle. Sólo podría ser ingresada en un centro si un juez la declara incapaz mentalmente, pero esa es una medida extrema”. ¿Sabes que hay gente que te llama la Condesita? María José parece no escuchar la pregunta, pero enseguida sonríe. “La Condesita... En el libro que estoy leyendo sale una”
Reportaje publicado en Diario Córdoba el domingo, 17 de febrero del 2002
Fotografía de Juan Manuel Vacas
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El hombre del puente de la N-IV


Francisco Garrido vive a la intemperie desde hace cuatro años en las afueras de Córdoba

Córdoba, 22 de marzo del año 2002. Esta mañana las ratas se han comido parte de la comida que guarda en bolsas de plástico. “Son ratones así de grandes”, explica extendiendo las manos para describir la longitud de unos roedores del tamaño de gatos. En verano se cumplirán cuatro años desde que Francisco Garrido Moreno se instaló bajo un puente de la N-IV a la salida de Córdoba, con las ratas como únicas vecinas. “Vine a Córdoba reclamado por la justicia, y tras comparecer ante el juez me quedé aquí”. Francisco se refiere al puente donde pasa los días, los meses, los años, sentado frente a una precaria hornilla, dos latas de conserva incrustadas entre piedras. De sus “problemas” con la justicia prefiere no hablar. “Después de hablar con los abogados, metí lasmaletas en la consigna de la estación, y hasta ahora”.

Sólo deja el puente para comprar en una gasolinera cercana, donde se apaña con unas latas de comida en conserva y algo de gasoil para avivar la fogata en la que se calienta y cocina. Hoy está quemando restos de comida que han sido roídos por las ratas. Sentado, como un anacoreta que meditase frente al fuego. “No pienso en nada, me distraigo con el vino y el tabaco”, dice señalando un tetrabrik y un paquete de Ducados que hay en el suelo. Lo poco que tiene lo puede comprar porque cobra una pensión. “Tengo una lesión en la espalda que me impide trabajar”. Está sucio. Muy sucio. Le cubre la mugre como una segunda piel, pero no parece importarle. La verdad es que no parece importarle nada. “¿Qué quieres que haga? ¿Que me ponga en cueros y me duche con el agua que cojo en la gasolinera?”, en el tono de su voz no hay ni una pizca de ironía, su semblante sigue serio, y sólo habla cuando se le pregunta, aunque parece agradecer poder charlar con alguien. En su día estuvo casado, tuvo hijos y un trabajo en Barcelona, pero ahora es como si no existiesen. Sus padres lo han visitado una vez desde que vive bajo el puente, pero “están muy mayores para irme con ellos”. Viven en Palma del Río. Él también es natural de esta localidad, como su ex mujer. “Sí, también tengo hermanos, pero cada uno va a su aire”.

Paco, como lo conocen en la gasolinera junto al puente, es un personaje conocido en la zona. “Aquí viene de vez en cuando a comprar comida”, dice Sánchez, un empleado de Repsol que lo ve por allí desde que se instaló en el puente. “Hemos intentado convencerle para que vaya a una pensión, en el bar Larrea tienen camas, y con su pensión podría estar recogido y aseado. Pero no quiere”. En la gasolinera le conocen, “es Paco, vive bajo el puente”, dicen, pero nadie sabe cuál es la historia que esconde, cuál fue su “problema” con la justicia. Nadie sabe porqué ha acabado así, y el único motivo por el que hoy sale en el periódico es la pura curiosidad. Pero, fuese cual fuese, el “problema” está saldado. Francisco Garrido Moreno es hoy, simplemente, un sin techo que vive bajo un puente de la N-IV, sin familia, sin amigos y sin más preocupación que evitar que las ratas muerdan la comida que guarda en unas sucias bolsas de plástico. Y mañana seguirá ahí, en su puente.

Reportaje publicado en Diario Córdoba el martes, 2 de abril del 2002

Fotografía de Ramón Azañón

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miércoles, septiembre 14, 2005




viernes, septiembre 09, 2005

Notáez, en el corazón de La Alpujarra

Notáez no está en las rutas turísticas de La Alpujarra. Es un pequeño pueblo; una pedanía de Almegíjar, localidad no mucho mayor de cuyo ayuntamiento depende administrativamente. A Notáez se llega, partiendo desde Granada, por la autovía de Motril hasta coger el desvío a Lanjarón. Desde el pueblo de las aguas, ya en La Alpujarra, la carretera nos conduce hasta Órgiva, desde donde en dirección de Cadiar, a 16 kilómetros de esta última localidad, se encuentra el desvío a Notáez.
La carretera es a partir de ese momento más estrecha y sinuosa. Desciende entre curvas hasta el cauce del río Guadalfeo, completamente seco durante los meses del estío, para después subir, de nuevo entre curvas y a través de una pronunciada pendiente, bordeando las montañas, entre barrancos y precipicios de cientos de metros de altura.
Sorprende saber que hasta los años 70, poco más de tres décadas atrás, no existía esta carretera. Al pueblo se accedía entonces a través de un sendero que sólo permitía hacer el trayecto a pie, y con bestias de carga en caso de necesitar subir cualquier mercancía.
Como otros pueblos de La Alpujarra, Notáez parece colgado de la loma de una montaña. Su estructura urbana no es muy diferente hoy a como debió ser hace quinientos años, cuando los moriscos habitaban La Alpujarra. En torno al edificio de la iglesia se apiñan el resto de las casas, con su arquitectura típica alpujarreña, calles estrechas y empinadas, paredes blancas y los típicos tinaos, que son esa especie de pasadizos con los maderos del techo encalados.
La iglesia se construyó sobre una mezquita entres los años 1548 y 1557, según explica un panel informativo de la Consejería de Turismo que hay a la entrada del pueblo. Típicos de la arquitectura morisca son los tinaos de los que hablé antes. La fuente en la plaza principal, y los lavaderos, donde aún hoy algunas mujeres lavan la ropa, son otros puntos de interés. Notáez tiene una población muy reducida en los meses de invierno, pero en verano el pueblo está más vivo que nunca, con la llegada de los emigrantes que hoy viven en Granada o Almería; muchos vienen de más lejos, de Barcelona o Mallorca. Notáez se llena de niños que campan a sus anchas por la localidad. Las modestas instalaciones deportivas de las antiguas escuelas son uno de los lugares preferidos por los niños, aunque cualquier calle o plazuela es buena para los juegos infantiles, como el bote o el escondite. Algunos niños, incluso son capaces de olvidares de las consolas y los videojuegos durante horas, mientras juegan en la calle. En cualquier caso, si se acuerdan de los videojuegos, es para jugar con los amigos, que siempre es mejor que estar solo frente a la tele.
Este verano he pasado unos días de vacaciones junto a mi familia en Notáez. No nos hemos movido mucho por otros pueblos de La Alpujarra, aunque en otras ocasiones ya los habíamos visitado. He aprovechado para leer Al sur de Granada, el libro Gerald Brenan en el que el escritor inglés habla de su paso por La Alpujarra, donde vivió varios años cuando era joven y vino a España huyendo de la encorsetada sociedad inglesa de la época, quiza también algo traumatizado por su experiencia en la I Guerra Mundial, donde participó en algunas de las batallas más sangrientas. El pueblo donde vivió Brenan se llama Yegen, en muchos aspectos seguro que es similar a Notaez --no conozco Yegen--, aunque por suerte o por desgracia La Alpujarra y la España --la de los años 20-- que describe Brenan en su libro ya no existe.
No obstante el libro es muy recomendable para cualquiera que tenga intención de visitar La Alpujarra, o para leerlo durante los días de descanso en la zona. En cualquier librería e incluso tienda de souvenir de la comarca puede encontrarse el libro, yo lo compré en Cádiar.
Por cierto, en Notáez sólo hay una tienda. Es parecida a esas tiendas de las películas del Oeste en las que se puede encontrar un poco de todo, desde pasta de dientes a tabaco, helados o compresas. No hay bares, aunque en el mes de agosto una familia del pueblo monta un chiringito en las antiguas escuelas.

Si te has quedado con ganas de saber más sobre Notáez o sobre La Alpujarra te recomiendo esta página: http://www.andalucia-web.net/ruta_9.htm

jueves, septiembre 08, 2005

Más de Juana Martín

A Juana Martín le va a ser difícil olvidar la jornada de hoy. Televisión, prensa y radio hablan de su paso triunfal por la pasarela Cibeles. En la redacción del periódico, la llegada de Carmen Lozano y Paco González, los compañeros que han estado en Cibeles, ha sido fiel reflejo de la expectación que el triunfo de la diseñadora cordobesa ha generado.
He pedido a Paco González esta foto, con Juana Martín (con vaqueros y camisa blanca) sobre la pasarela, rodeada de modelos, saboreando el triunfo tras el desfile.

En internet, ya son muchas las crónicas que hablan del éxito de la cordobesa:


Antena 3
La diseñadora cordobesa Juana Martín Triunfa en Cibeles

Tele 5 Juana Martín entusiasma en Cibeles con su toque flamenco y transgresor

El País La diseñadora gitana Juana Martín triunfa en Cibeles con una colección de inspiración étnica

El Mundo Explosión de blonda y volante

Vogue Juana Martín, flamenco en el alma

Telva Andalucía siempre



El día de Juana Martín

Me he propuesto actualizar diariamente el blog, así que, como mínimo, me planteo publicar un resumen de la actualidad diaria a primera hora de la tarde. Claro que lo de 'actualidad' es algo muy subjetivo. Como ejemplo este primer resumen.
La primera noticia del día es que hoy es fiesta local en Córdoba. Se celebra el día de la Fuensanta. Anoche comenzó la Velá, creo que es una especie de verbena que dura hasta el sábado.
Pero sin duda, este jueves hay un nombre de mujer que brilla con luz propia sobre el resto de noticias. Me refiero a Juana Martín, la diseñadora de moda cordobesa que esta mañana ha presentado su trabajo en la pasarela Cibeles, una de las más importantes del mundo y, en España, la más importante junto a la Gaudí de Barcelona.
He estado escuchando en la SER --es mi 'emisora de cabecera'-- a Carmen Lozano, la redactora de Diario Córdoba que se ha desplazado a Madrid para seguir la noticia. Ha explicado como desde que ha salido la primera modelo el público no ha dejado de aplaudir, y creo que ha empleado la palabra apoteosis para referirse al final del desfile. Supongo que todos nos alegramos por Juana Martín.
Estas son las crónicas que ya tienen colgadas en línea Tele 5 y Vogue

Más sobre la prensa gratuita

Ahí van un par de artículos interesantes acerca del fenómeno de la prensa gratuita y este enlace con el weblog del director de 20Minutos
Ah, y la última noticia del sector: Antena 3 lanzará un gratuito en 2006

miércoles, septiembre 07, 2005

Los gratuitos llegan a Córdoba

Veinticuatro repartidores uniformados con un peto y gorra rojos han distribuido esta mañana los primeros números del diario gratuito 20Minutos, que ha desembarcado en Córdoba con una tirada de 20.000 ejemplares, según explica el nuevo periódico en sus páginas interiores. Con el titular LLega el diario que no se vende, 20Minutos nos explica en su edición de hoy todo lo que hay que saber sobre ellos. El nuevo periódico se puede consultar por internet en la dirección www.20minutos.es/cordoba, donde también incluye su versión impresa íntegra.


Como periodista me alegra asistir a la llegada de un nuevo periódico en mi ciudad. Supongo que una cabecera más debería contribuir a la revitalización del periodismo cordobés, como creo que ocurrió cuando llegaron El Día y Abc. Por supuesto, los contratos que haya generado la llegada del 20Minutos, o los que pueda generar, siempre son bienvenidos en una profesión donde la precariedad laboral está tan extendida.

Pero al margen de las anteriores consideraciones, parece que los responsables del 20Minutos no tienen inconveniente en reconocer que su producto es, sobre todo, un gran soporte publicitario. Y en esa idea insisten en varias ocasiones en el primer número del periódico.

Alguien podrá decir que todos los medios son, sobre todo, un gran soporte publicitario. Bien, muchos se han convertido en eso con el tiempo, pero en su origen nacieron para satisfacer otras necesidades de la sociedad, más o menos relacionadas con la información. La publicidad es necesaria para que un periódico salga adelante, cómo no, pero de ahí a que los periodistas quedemos para rellenar los espacios en blanco entre anuncio y auncio hay un trecho, y creo que los profesionales aún tenemos mucho que decir.

Bueno, no sigo que esto daría para mucho y derivaría en otros males de la profesión y del sector de los que ya habrá tiempo de hablar.

Quizá, y con esto acabo, lo bueno del 20Minutos es que es transparente en sus intenciones. En cualquier caso, bienvenidos a Córdoba.


martes, septiembre 06, 2005

La lluvia dejó 3,5 litros por metro cuadrado

No es mucho, pero lo suficiente para que algunos hayan salido a la calle con el paraguas por primera vez en mucho tiempo, aquí en Córdoba.
La foto está tomada en Ciudad Jardín, sobre las 20.20 h.
El dato es del observatorio del Instituto Nacional de Meteorología (INM) en el aeropuerto de Córdoba. No tiene web propia, pero puedes visitar la de INM para saber que tiempo nos espera.

Llueve en Córdoba

Son las 18.14 h y está lloviendo en Córdoba.
Con lo que se está hablando de la sequía y de la necesidad que tienen los cultivos y los embalses de agua, la llegada de la lluvia es una de las noticias del día. Así que, aquí queda mi guiño a la actualidad local. A lo largo de la tarde colgaré alguna foto.

Cordobeses frente al Holocausto (II)

Un olivo en Yad Vashem
Dos cordobeses en el Jardín de los Justos
La historia del matrimonio cordobés que ayudó a tres mujeres judías a esconderse en el Berlín de Hitler

El pasado 27 de enero, sesenta años después, España recordó oficialmente a las víctimas del Holocausto. Ese día, el Ayuntamiento de Córdoba homenajeó a los tres únicos españoles a quienes Yad Vashem –la institución israelí que guarda la memoria del Holocausto– ha otorgado el título de Justos entre las Naciones. Entre ellos se encuentran los cordobeses José Ruiz Santaella, agregado agrícola de la embajada española en Berlín, y su esposa, Carmen Schrader. Ambos arriesgaron su vida para ayudar a tres mujeres judías en los terribles días de la II Guerra Mundial. Ésta es su historia.


ALEMANIA, 1944. Desde Diesdersdor, los bombardeos nocturnos sobre Berlín constituían un siniestro espectáculo. Sobre la colina donde se situaba la casa de los Santaella podía divisarse, un resplandor tras otro, la lluvia de fuego descargada por los aliados. A veces, vencida por la impaciencia, Carmen salía a la calle en medio de la noche y esperaba el regreso de su marido. Allí, en medio de las sombras, junto a sus cuatro hijos y en compañía de Ruth, la niñera judía a la que escondían de los nazis, Carmen se preguntaba si el búnker de la embajada habría resistido el feroz bombardeo.

José era el agregado agrícola de la embajada española en Berlín, y desde que se recrudecieron los bombardeos se veía obligado a regresar a casa en la más completa oscuridad. Los aliados eran los dueños del aire. Por eso, los faros del coche habían sido pintados de negro y sólo dejaban escapar una pequeña línea de luz. Mientras se acercaba a casa, José pensaba en los preparativos del viaje. En unos días, tendrían que dejar Alemania. Cómo había cambiado todo.

José Ruiz Santaella y Carmen Schrader se conocieron mucho antes de la guerra. Ambos coincidieron en 1934 en la Universidad de Halle, una populosa ciudad industrial en Sajonia, de donde era originaria Carmen. Cuando se enamoraron, José tenía 30 años y ella 21. De familia protestante, la joven acogió la fe católica de su futuro marido y cambió su nombre alemán, Waltraud, por el de Carmen. Nada de eso supuso problema alguno. Pero todo no iba a ser tan fácil. La política racial que Hitler estaba imponiendo en Alemania exigía a las parejas que querían casarse demostrar documentalmente que no tenían ascendencia judía. La arisierung (arianización) era uno de los objetivos de los nazis para reducir la influencia judía en Alemania, y comenzó desde el principio.

Las primeras leyes antijudías fueron aprobadas poco después de que Hitler llegase al poder en 1933. Los nazis fueron marginando a los judíos con una legislación que los diferenciaba claramente de los arios. Por ejemplo, los funcionarios de ascendencia no aria fueron retirados, se introdujeron cuotas para los alumnos no arios en escuelas y universidades, o se prohibió a los médicos judíos entrar en hospitales y centros sanitarios del sistema público de sanidad. Entre 1933 y 1939 se aprobaron en Alemania más de 1.400 leyes contra los judíos. Así que, para poder casarse, José tuvo que pedir un certificado en España. El párroco de la iglesia de Baena donde José fue bautizado envió –no sin antes expresar su extrañeza ante el asunto– un certificado en el que se aseguraba que no había sangre judía en la familia Ruiz Santaella.

Carmen y José regresaron a España en 1936, poco después de iniciada la Guerra Civil. Pasaron la guerra en Valladolid. Unos años después, regresarían a Alemania, ya en plena II Guerra Mundial.

En 1942, Hitler es el amo y señor de Europa. Con el mundo en guerra, Carmen y José tienen la oportunidad de regresar a Alemania. El Ministerio de Asuntos Exteriores español necesita cubrir una plaza de agregado agrícola en la embajada española en Berlín. Carmen, preocupada por su familia en Alemania, pide a su marido que opte al puesto.

Los Santaella, que ahora tenían tres niñas, cruzaron en tren media Europa con Carmen embarazada de su cuarto hijo. “Nunca olvidaré el momento en que llegamos a la estación, en Berlín, y vi un gran cartelón que avisaba de que estaba prohibida la entrada a los judíos. El mismo cartel lo volví a ver en el hotel, y en muchos otros lugares”, recuerda Carmen. Los judíos alemanes no sólo tenían prohibido entrar en la mayoría de locales públicos, además estaban obligados a llevar la estrella de David cosida en un lugar bien visible.


LA CASA DE DIEDESDORF. Las autoridades alojaron a la familia en Diedesdorf, una localidad a unos 70 kilómetros al este de la capital alemana. Diedesdorf no estaba bajo la amenaza de los bombardeos. Allí, los Santaella fueron acomodados en una gran casa señorial. Carmen la recuerda como un “gran pabellón anejo a un gran castillo”.

“Claro que hablábamos de la situación en Alemania, y del trato que se daba a los judíos –recuerda–. Muchos alemanes no estaban de acuerdo con Hitler, pero había mucho miedo”. En 1942, la terrible maquinaria del exterminio ya llevaba tiempo en marcha. Auschwitz recibía desde 1940 miles de deportados de toda Europa; los judíos de ciudades polacas como Varsovia habían sido hacinados en guetos, y las matanzas de la SS se sucedían en pueblos y ciudades del Este conforme avanzaba la campaña en Rusia. Pero de todo esto, a Berlín sólo llegaban rumores que la mayoría de los alemanes no estaban dispuestos a creer. En esas circunstancias, José Ruiz Santaella y Carmen Schrader se enfrentarían a un dilema que marcó sus vidas para siempre. De ellos dependería el destino de varias familias judías, como los Arndt.


AYUDANDOA LOS ARNDT. La familia de Ruth era muy conocida en el barrio de Berlín donde su padre, el doctor Arthur Arndt, ejercía como médico. El doctor Arndt se consideraba un buen alemán, había luchado por su país en la I Guerra Mundial y había sido condecorado por ello. Como profesional era respetado, pero como cualquier otro judío en la Alemania nazi, su vida y la de su familia estaban en peligro.

En 1942, vivían en Berlín unos 33.000 judíos. La mayoría trabajaban en fábricas de material de guerra para los nazis. Erich Arndt, el hijo de 19 años del doctor Ardnt, era uno de ellos. Erich había oído los rumores sobre lo que los nazis habían comenzado a hacer con los judíos. Impulsado por su juventud, fue él quien convenció a su familia para dejar atrás todo rastro de su vida anterior y esconderse a la espera de tiempos mejores.

Desde 1941 los judíos tenían prohibido salir de Alemania, por lo que la única opción era ocultarse. Los Arndt encontraron entre sus antiguos amigos, los pacientes del doctor y algunos vecinos, la ayuda necesaria para sobrevivir ocultos en Berlín durante dos largos años. En ese tiempo, pudieron comprobar que no todos los alemanes eran fervientes seguidores del Fürher y que, a pesar del miedo y la amenaza de una muerte segura para quien ayudase a los judíos, había personas que, independientemente de su situación e ideología, estaban dispuestas a arriesgar la vida por sus semejantes.

Así fue cómo Ruth conoció a la familia Ruiz Santaella. Gertrud Neuman era una costurera judía que trabajaba en la casa de Diedersdorf donde vivían los Santaella, escondida por la familia. Cuando supo que Carmen estaba buscando una niñera, pensó en Ruth. Gertrud había sido paciente del doctor Arndt y sabía que él y su familia se escondían en Berlín. Así que contactó con Ruth y le concertó un encuentro con José Ruiz Santaella en el hall del Adlon, un prestigioso hotel berlinés. Ruth sabía que era peligroso, pues el Adlon era frecuentado por oficiales de la SS. Así que eligió cuidadosamente su vestuario y arrancó de su abrigo la estrella amarilla.

Recuerda a José Ruiz Santaella como un señor distinguido, alto y con el pelo negro, a quien reconoció de inmediato. La conversación duró sólo unos minutos. José la contrató y una semana después Ruth se instaló en la casa de los Santaella para cuidar de los pequeños. Para ocultarse del resto del personal cambió su identidad, siempre con la complicidad de los Santaella. “Había que tener mucho cuidado. Entre el servicio había un par de heil Hitler”, recuerda Carmen para referirse a dos sirvientas simpatizantes de los nazis. Al poco tiempo, la familia contrató a una cocinera; era la madre de Ruth, que seguía escondida en Berlín. Así, José y Carmen ocultaban a tres mujeres judías, con identidades falsas, que estaban muertas de miedo. “Cada vez que un uniforme se acercaba a casa se escondían en el primer lugar que encontraban. Alguna vez se asustaron hasta de ver al cartero, porque iba de uniforme”. Carmen también recuerda cómo en su intento de pasar desapercibidas, Ruth y su madre debían simular que no se conocían, para que nadie sospechase de su parentesco.

Los meses que Ruth estuvo con los Santaella fueron los mejores de los dos largos años que pasó escondida en Berlín. Pero conforme avanzaba la guerra, la vida en Berlín era cada vez más peligrosa. Los Santaella dejaron Alemania a finales de 1944, cuando la suerte del III Reich ya estaba echada. “El embajador dijo a mi marido que debíamos irnos, pues era el único miembro de la embajada con mujer e hijos, toda la familia corría un grave riesgo en Berlín”. Cuando Carmen conoció la noticia, intentó convencer a su esposo para que Ruth les acompañase, aunque tuvieran que esconderla en el maletero del coche. Al final, todos decidieron que sería demasiado peligroso. Si descubrían a Ruth no sólo acusarían a los Santaella sino que podrían encontrar al resto de la familia Arndt y a los judíos que se escondían con ellos en Berlín. Los Santaella se trasladaron a Suiza, y perdieron todo contacto con la joven Ruth, con su madre y con la señora Neuman. Cuando en abril de 1945 los soldados del Ejército Rojo que conquistaron Berlín descubrieron a Ruth y su familia, siete personas en total, se trataba del mayor grupo de judíos alemanes que había logrado sobrevivir oculto en el corazón del Tercer Reich.


EL JARDÍN DE LOS JUSTOS DE YAD VASHEM. En el Jardín de los Justos del memorial Yad Vashem de Jerusalén, un olivo recuerda a los cordobeses José Ruiz Santaella y a Carmen Schrader. Años después de la guerra, el testimonio de Ruth sirvió para incluir sus nombres junto al de otros 20.757 gentiles que ayudaron a judíos durante el Holocausto. El más conocido es Oscar Schindler, sobre todo tras la película de Spielberg. Además de los Santaella, Ángel Sanz Briz, encargado de negocios en el consulado español de Bucarest, es el tercer español distinguido por Yad Vashem. De los tres, sólo Carmen, de 92 años, vive en la actualidad.

Reportaje publicado en el suplemento Zoco, de Diario Córdoba, el domingo 15 de mayo del 2005

Cordobeses frente al Holocausto (I)

La primera vez que escuché hablar de Carmen Schrader y José Santaella fue en la radio. El 27 de enero del 2005 el Ayuntamiento de Córdoba decidió rendir homenaje a varios españoles que ayudaron a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, y entre ellos estaba este matrimonio cordobés. Esa mañana, en el programa Hoy por hoy de Radio Córdoba, entrevistaron a Margarita Schrader, hija de Carmen y José y jefa de protocolo del ayuntamiento.

En aquella entrevista, Margarita recordó cómo su padre había sido el agregado agrícola de la embajada española en Berlín durante la II Guerra Mundial y cómo esa circunstancia le dio la oportunidad de ayudar a varias mujeres judías, a quienes acogió en su casa como parte del servicio. Pero en la entrevista no se profundizaba mucho en la historia, o al menos yo me quedé con ganas de conocer más detalles.
En cualquier caso, pensé que se trataba de un buen reportaje para el periódico. Así que supuse que al día siguiente, la prensa local abundaría en el tema. No en vano, si el Ayuntamiento había decidido recordar aquellos nombres era porque en este año, el 2005, se cumplían sesenta años del final de la guerra y del Holocausto, una fecha que por primera vez España se conmemoraba oficialmente, en virtud de un acuerdo del Congreso de los diputados. Sin embargo, la prensa local despachó el asunto en media columna.

Creo que hay veces que, con tanta rueda de prensa, convocatorias y declaraciones de políticos que se responden unos a otros, nos tienen tan ocupados, nos olvidamos de contar historias realmente interesantes; por no entrar en otras consideraciones que no nos dejarían, a los periodistas, muy bien parados.

En fin, unos días después me puse a trabajar en el tema. Mi primer paso fue ponerme en contacto con Margarita Schreader, como he dicho antes, la jefa de protocolo del Ayuntamiento de Córdoba e hija de los Santaella. En su despacho, Margarita me habló de Ruth, la joven judía de Berlín a la que ayudaron sus padres, y me puso sobre la pista de un libro que una periodista americana había escrito sobre la familia de Ruth y su experiecia en la guerra. Quedamos para visitar a su madre, Carmen, y hasta entonces me planteé documentarme algo más sobre el tema.

En internet había muy poco sobre José Ruiz Santaella o sobre Carmen. En varias páginas donde se hablaba de diplomáticos españoles que ayudaron a los judíos aparece una breve reseña sobre ellos, pero muy poco. Una de estas webs es la del Ministerio de Asuntos Exteriores español. Ni siquiera en la página de Yad Vashem, la institución israelí que nombró al matrimonio Justos entre las Naciones, se dice mucho sobre ellos.

Consulté varios libros, de los que un par me sirvieron de gran ayuda para conocer el papel de España ante el Holocausto y lo que hicieron algunos diplomáticos españoles por los judíos perseguidos por Hitler, pero nada sobre los Santaella.

Al fin, me hice con el libro de Barbara Lovenheim sobre la familia de Ruth, la chica judía a la que ayudaron los Santaella. El libro de llama Survival in the shadows --lo conseguí por internet, en las páginas de Amazon--. En el relato de esta periodista norteamericana sí aparecen los Santaella, Carmen y José. El libro me sirvió para contrastar y ordenar muchos de los recuerdos de Carmen, a quien entrevisté en su casa de Córdoba, cuando Margarita me llamó varias semanas después de nuestro primer encuentro.
El reportaje que resultó de todo esto se publicó en Zoco, el suplemento dominical de Diario Córdoba.

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